Es viernes y luce el sol, y no tengo motivo alguno para
amargar el caramelo edulcorado de Venus, ese que al tomarlo ofrece miles de
posibilidades y presenta como factibles imposibles tirabuzones existenciales o
incluso resuelve -tan solo con pensar- entuertos que seguirán tal cual dentro
de dos días. Y sin embargo, aquí he venido hoy para contaros este cuento para no
soñar (o sí):
Foto: Namor Oman (Instagram: Namor_Oman) |
Hace unas pocas mañanas me invadió la amargura al ver un resumen
televisivo de noticias nacionales frescas:
Anunciaba una joven promesa política
nacional, en pose afectadísima, su fracaso, y el de sus colegas de otros partidos, en el supuesto intento de
formar gobierno -obviamente ese fracaso confeso no lleva a nadie de vuelta a su casa-; en
el siguiente corte nos informaban de que seis de los diecisiete gobiernos
autónomicos se rebelarían contra una ley nacional y no aplicarían una de sus
medidas en sus respectivos feudos; acto seguido atendí perplejo al la
esperpéntica imagen de un parlamento foral en el que cuatro diputados sacaban
en plena intervención de una adversaria un cartel con la palabra tortura
tachada mientras ésta pedía sin éxito medidas a la presidencia de una sala que
terminaría abandonando; para compeltar el lote en a continuación otro hablaba de presos políticos y de
guerra ante un foro europeo estupefacto y entumecido. Bonito panorama.
Más allá
del evidente progreso conseguido tras varias décadas de democracia, persiste
anclada al vientre patrio la rémora del atraso y el abuso, de la desigualdad y
la mediocridad. Este país está igual que antes de la crisis pero ya sin el champán, no hemos aprovechado para bien esa idea resumida en la recurrente sentencia
“toda crisis representa una oportunidad”. La verdad es que se presentó la
oportunidad de seguir siendo disfuncionales y en conjunto optamos por ella. Trataron de capear el temporal no ya acometiendo reformas profundas sino
profundos recortes que nos harían más desiguales y más mediocres aún. Y aquí estamos, cargaditos de deuda y sin turrón, vulnerables como nunca a despeñarnos por el terraplén de las miserias.
Yo no sé
vosotros, pero yo quiero una España brillante y próspera, decente, digna, que
nos permita a todos y cada uno, en libertad e igualdad, desarrollarnos y ser lo
que deseemos ser; una España paralela a ésta, pero paralela de verdad, para que
solo en el infinito pueda confluir con ésta realidad tantas veces cutre,
injusta y esperpéntica. Es una pena que la crisis no empezara un viernes.