viernes, 11 de abril de 2014

Todas las ciudades tienen una casa azul.


Foto: Namor Omán
Este mes de abril se celebrará en Medellín (Colombia) la séptima convocatoria de ONU-Hábitat, el Foro Urbano Mundial, en el que serán abordados los desafíos de las ciudades del futuro. La población mundial es cada vez más urbana (dentro de pocas décadas seremos nueve mil millones de humanos y se estima que 70 de cada 100 terrícolas humanoides vivirán en algo que llamamos ciudades). Habrá lugares, como China, donde será precisa incluso la construcción ex novo de unas 200 urbes para dar cabida a la nueva población. Los retos como veis son titánicos, la preocupación creciente y los esfuerzos serán enormes para lograr que las ciudades sirvan para proteger la buena vida de sus habitantes, pues no tienen otro fin.

Y es en este ámbito trepidante en el que Santander seguirá siendo la novia del mar. Puede que logre ser toda una smart novia, puede que no. De momento lo que el presente nos muestra no es muy alentador, pues más allá de los pequeños avances ciberasistidos la ciudad sigue perdida, sin centro y sin rumbo. Una ciudad en la que la desigualdad, uno de los grandes problemas de esta España nuestra, queda marcada en sus calles y barrios, plazas y paseos.

Ser paseante sin prejuicios tiene la ventaja de que uno puede hacer suya partes de la ciudad que sin ese caminar aleatorio serían invisibles (hay ciudades invisibles en la ciudad que cada uno habita, pero igualmente reales, como podrá confirmaros el propio Ítalo.

Y un Santander invisible es el de antaño (y no hablo de nostalgias). Siempre he pensado que el Santander de hoy, el “nuestro” no puede entenderse sin el Santander de ayer, desaparecido o transformado en esa metamorfosis continua a la que obliga el tiempo a todo aquello que nos son ruinas.

En Santander hubo, amén de otros pequeños, un gran incendio en 1941, aunque siempre he pensado, tras estudiar todo el proceso, que no fue un fuego, sino que fueron dos: Uno el que todos conocéis, el fuego vivo animado por vientos de huracán que quemó hasta los tuétanos el corazón del Santander “primitivo”, y otro, el fuego conceptual, carente de llama abrasadora, pero igualmente aniquilador, que para mí representa el proyecto de reconstrucción realizado, que rompió de facto la lógica de muchos siglos soñando una ciudad improbable. Un fuego para quemar el corazón y otro para olvidarlo.

Desde entonces Santander va como vaca sin cencerro, descorazonada, asumiendo como mejor puede su calidad y cualidad de linealidad excéntrica. Siento a menudo como una pena el hecho desgraciado de que la excentricidad geométrica no trajera pareja una excentricidad conceptual y creativa que desterrara los convencionalismos y la falta de imaginación, rumbo y propósito, que han marcado desde entonces el día a día santanderino. Décadas de planificación absurda, de trampa sobre la trampa, de autoengaño, nos han dejado una ciudad compleja que sigue automutilándose; una ciudad que tendría razones suficientes para estar acomplejada si no se mirara continuamente en el espejo deformante que devuelve belleza –que la hay- ocultando las miserias –que abundan-. Ciudad lineal, ciudad dual de palacios y cuchitriles, de brillos y mates que matan.

Ciudad espejismo que pierde población, que parece mucho mayor de lo que realmente es, que se vive como si fuera mucho más grande de lo que es. Una ciudad que dejó de latir y momificada (zombificada mejor dicho) ve cómo los años van pasando y cómo el progreso apenas la roza. Una ciudad que necesita, como la bella novia, enferma y durmiente, del mar, que unos labios apasionados le devuelvan (a) la vida. Mientras ese muerdo llega, aletargada, Santander ha destruido gran parte de su patrimonio, con firmas que fueron fuegos que borraron del mapa hitos que van siendo olvido, hitos que se volverán color sepia y que mirarán los indígenas más anclados en el ayer que en cualquier hoy que construye mañanas.

Lo curioso, lo maravilloso, lo fascinante, es que hay fuerzas que la voluntad (o falta de ella) de los despachos difícilmente puede sospechar, energías que se escapan a toda previsión. Hay en esta ciudad nuestra ojos que miran diferente, impulsos que suman y enriquecen a pesar de los que mandan. Hay energías que me hacen pensar que el potencial de esta nuestra pequeña ciudad que mira al sur desde la costa del norte de un país del sur del norte puede ser desarrollado.

Color sobre lo descolorido, grises de mil matices, músicas, voces, aires de tonalidad nueva. Me gusta pensarme ahí, dentro de ese conglomerado inconsciente de sí mismo que hace que esta localidad sea prometedora.  Y sólo espero que mientras China construirá sus decenas de nuevas urbes, nosotros reconstruiremos el corazón que nos falta y lo haremos latir (aunque sea con arritmia, que también tiene su punto).

El paraíso está aquí mismo.  Afortunadamente esta ciudad tiene una casa azul.

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