lunes, 3 de marzo de 2014

(sub)Marine LePen.

Foto: Namor Omán
Buenos días amigos, y que ese lunes, la semana, nos sean propicios.

Anoche recibí una inyección de vitaminas directamente en la vena de la motivación política -nunca están de más- tras seguir atentamente la entrevista televisada de Ana Pastor a (sub)Marine LePen. Y es que el tono de voz dulce y modulado de la dobladora no me impidió escuchar por debajo (hay que estar siempre atentos al soto-discurso, en particular al populista y demagógico) la voz bronca y la vulgaridad de unos propósitos extremos que a duras penas vestía de color media-tinta. Y es que su violencia de baja intensidad (que podía cortarse con "couteau" cada vez que decía "Madame" a la entrevistadora) me es absolutamente insoportable y estimula mi implicación y convicción de ser barrera a sus pretensiones y las de los suyos, allá y acá. En donde sea.

Sus intentos de desestabilizar a la entrevistadora (que suelen darle resultado allenda los Pirineos con sus interlocutores) fueron en vano ante la determinación de la periodista: en efecto, le salieron por las culata los intentos de persolanizar las cuestiones (¿ha acogido Ud inmigrantes en su casa?) o de criticar una supuesta caricarituración de su discurso simplemetne porque se empleaban sus propios ejemplos... pero hacia ella.

"¿Por qué caricaturizar mi discurso?" vino a decir (sub)Marine. Pues para ser claro Doña Marina. Debería saber la frentenacionalista que la exgageración de ciertos rasgos es un recurso habitual en las letras (y otras artes) para acercar la esencia del objeto descrito. Aunque en cierto sentido tiene razón: ¿Por qué caricaturizar su discurso? Caricaturizar la caricatura es un poco extremo... casi tanto como ella.

Lo grave es que aproximadamente un quinto de los francese se ha dejado regalar los oídos y comer la oreja con un discurso venenoso e indigno de la cuna de los DD.HH.